La doctora Silvia Correale, que defendió la postulación de María Antonia de Paz y Figueroa ante el Dicasterio de las Causas de los Santos, habló con Infobae y dio datos desconocidos de la mujer que será canonizada este domingo 11 de febrero en el Vaticano. Desde 1998 hasta hoy investigó sus cartas, los testimonios de quienes que la conocieron en el siglo XVIII y analizó en forma minuciosa las gracias que la concedieron y sus milagros.
La doctora Silvia Correale es, si se permite, la “abogada defensora” de Mama Antula. Como postuladora ante el Dicasterio de las Causas de los Santos, llevó adelante, desde 1998, una exhaustiva investigación para confirmar los dos milagros que hicieron santa a María Antonia de Paz y Figueroa (también llamada María Antonia de San José o Mamá Antula), pero además, para conocer al detalle su vida y su obra.
Las credenciales de la dra. Correale para ostentar semejante cargo son impecables. Educada en el colegio de las Hermanas del Huerto de Rosario, Santa Fe, a los 14 años ingresó en la Acción Católica. Más adelante se recibió de abogada en la Universidad Católica de Rosario, participó de la Pastoral Universitaria Arquidiocesana, colaboró con la Pastoral Juvenil Nacional y el Consejo Nacional de Jóvenes. En éste último espacio obtuvo una beca para estudiar Derecho Canónico en Roma. La postuladora nunca olvida que para llegar a destino contó con la ayuda del arzobispo de Rosario, monseñor Jorge Manuel López. En 1988 se embarcó.
En Italia, colaboró con algunos servicios del Vaticano. “Era el período de preparación del Sínodo de Roma y en la parroquia que yo frecuentaba me eligieron como una de los dos representantes”, le cuenta vía Meet a Infobae. Allí se reencontró con algunas Hermanas del Huerto, que habían viajado para la causa de la hermana Crescencia Pérez (argentina y beatificada en 2012) y le pidieron colaboración. “Así tomé contacto con las causas de Santos y a partir de ahí se fue dando un camino. En 1998 me llamaron para preguntarme si quería ser postuladora de la causa de María Antonia de San José”.
Al año siguiente, la dra. Correale viajó a la Argentina y se hospedó en la Casa de Ejercicios ubicada en el barrio porteño de Monserrat, fundada por la santa en 1794 y habilitada -aún sin concluir- en 1799, año de la muerte de Mama Antula. “Con las hermanas Hijas del Divino Salvador visitamos al que entonces era arzobispo de Buenos Aires, el ahora Papa Francisco, y me adentré en lo que significa la obra que surge del carisma de María Antonia”, señala.
Tras los pasos de una Santa
La causa de Mama Antula es la más antigua y la primera de la Argentina. Comenzó a principios del siglo XX, más precisamente el 30 de septiembre de 1905, con una carta de los obispos argentinos (en ese momento había sólo cuatro) al papa Pío X. “Nosotros, como país, habíamos logrado la unificación, superado algunas crisis luego de 1880. Había un ambiente de un cierto bienestar a ciertos niveles, de una cierta estabilidad política, cultural. Entonces, los cuatro obispos que entonces conformaban la Conferencia Episcopal Argentina, se reunieron y decidieron iniciar la casa de María Antonia”, explica.
El camino fue largo y se vio interrumpido muchas veces. El 8 de agosto de 1917, Benedicto XV decretó la introducción de la causa en el Dicasterio. Doce años después, el papa Pío XI la declaró Venerable. Pero desde allí hasta que se aceleraron los trámites para sostener la causa a finales del siglo XX, no hubo avances. “Hubo un gran trabajo atrás, que después tuvo un momento de paz en torno al Concilio Vaticano. Y luego se quiso retomar. Son los tiempos de Dios”, enfatiza Correale.
En la década del 90, la tarea recomenzó. “Se intentó con algún postulado de un padre jesuita que no logró darle un cierto ritmo a las cosas. Entonces me nombraron a mí. Recuerdo que en Roma estaba monseñor (Guillermo) Karcher, a quien yo conocía, y me dijo ‘va a venir el nuevo arzobispo de Buenos Aires, monseñor Bergoglio, mejor que lo conozcas’. Cuando lo vi, le expliqué que para retomar la casa había que nombrar una comisión histórica. Le presenté el escrito solicitando estos pasos procesales, lo aceptó y me dijo ‘iniciamos un nuevo camino’”, recuerda.
Lo que dicen los documentos
Una vez que la dra. Correale se instaló en la Casa de Ejercicios junto a la Hermana Hilda, tuvo acceso a la correspondencia de 1905. Allí estaban los testimonios de nietos y nietas de contemporáneos de la santa. “Ellos relataron lo que, a su vez, les habían contado. Que Mamá Antula era una gran evangelizadora. Que muchas personas de Buenos Aires y del interior iban a verla. Bueno, pensemos que a finales del siglo XVIII, la ciudad tenía 40 cuadras por 40 cuadras, y el interior podía ser donde ahora está La Matanza, o San Isidro”.
En uno de los relatos que la postuladora recogió para la Positio (así se llama el documento que se presenta al Dicasterio de la Causa de los Santos) revela las dificultades que se le presentaron a la Santa. Habrá que recordar que ella promulgaba las enseñanzas de San Ignacio de Loyola, el creador de la Compañía de Jesús, que el 2 de abril de 1767, por decreto del rey Carlos III, habían sido expulsados de todas las colonias dominadas por España. Y que antes de arribar a Buenos Aires en 1779, recorrió 4 mil kilómetros a pie por todo el norte del Virreinato y Córdoba llevando las enseñanzas de los jesuitas. “Cuando la madre llegó, según contaron algunos testigos, debió solicitar el permiso a las autoridades civiles y eclesiásticas para organizar los ejercicios ignacianos. Cuando predicó en el Norte argentino, e incluso en Córdoba, lo había conseguido. Pero otra cosa era en Buenos Aires, otra diócesis, con la particularidad de tener puerto, desde donde las noticias llegaban con más rapidez a España. Y las autoridades estaban preocupadas, no estaban convencidas de darle permiso. Ella iba todos los días, se sentaba y le decían que estaban ocupados, que no la podían atender, que volviera otro día. En unos meses, digamos que a la madre la paciencia le llegó a la cuota máxima. Uno de esos días, se levantó y se fue. Cuando salió por la puerta del Fuerte le dijo a los dos soldados que hacían guardia: ‘Cuando el reloj marque las 12, váyanse…’. Uno no le hizo caso, y el otro sí, y fue él quien lo contó. Porque en el cielo había nubes negras, que se transformaron en una tormenta eléctrica. Y uno de los rayos alcanzó el polvorín del Fuerte, y explotó. Vuelvo a decir, le tenían respeto…”.
Al margen de los milagros que la hicieron Santa, las gracias concedidas a María Antonia de Paz y Figueroa son lo que más llama la atención. Por ejemplo, cuenta Correale, “Mama Antula daba de comer a los ejercitantes, y alguien dijo que una vez, tenía una sola olla de sopa y le alcanzó para las 200 personas”.
En las anotaciones hay un gran número de anécdotas. Son, al mismo tiempo, una pintura de la vida en la Buenos Aires colonial, de la que tan poco se sabe. “Las pocas familias porteñas tenían casas con patio, aljibe. Y claro, no había Internet, no había cine, había un solo teatro. ¿Entonces, qué hacían? Casi todos los días, en alguna casa, había una tertulia. La madre, antes de que empezaran las canciones y los bailes, salía con un carrito, pasaba y recogía limosna para preparar la comida de los ejercitantes de la Santa Casa. Y todo el mundo la ayudaba.”
En las narraciones de los descendientes de quienes compartieron la época de Mama Antula se cuentan más hechos que rozan lo sobrenatural. Por ejemplo, dice Correale que en una de esas visitas a las tertulias, “uno de los señores que se encontraban allí estaba un poquito más entonado, ¿no? Dicen que que le hizo una broma inocente. Pero la madre era muy seria y se ofendió. Así que se fue dando un portazo y se cayó el cielorraso sobre la cabeza de todos. Se hizo una fama tremenda. Todos le tenían un respeto enorme”.
En el mismo sentido, una de las cosas más impresionantes que le atribuyen a Mamá Antula es haber anticipado (murió en 1799), las Invasiones Inglesas. “Ella estaba rezando y sintió como si hubiera una guerra. No sé cómo decirle… Como una lucha, una cosa así. Y salió a la calle. Pero estaba todo calmo. Y después, lo comentó. Cuando sucedió lo de la invasión inglesa (fueron en 1806 y 1807), todos interpretaron que tuvo una intuición profética”.
Cuenta Correale que María Antonia de Paz y Figueroa, en los cortos años que vivió en la capital virreinal, fue bien recibida por su sociedad. “La querían todos. Lo que hoy se llama la Santa Casa, la Casa de Ejercicios que aún hoy se ve en Buenos Aires, es la única edificación privada de la colonia que está en pie. Según los documentos que encontramos en el Cabildo, la firma para autorizar su construcción es de Miguel de Azcuénaga, parte de los terrenos los regalaron los padres de Manuel Alberti, el maestro general de obra fue Cornelio Saavedra… La conocían todos”. Y a pesar que no hay documentación que confirme si alguna vez se vieron, la postuladora descuenta que Manuel Belgrano, que se educó en la Casa de Ejercicios, la habrá conocido.
“Nuestros próceres se alimentaban de la espiritualidad de la madre, de lo que ella hacía”, prosigue Correale. Y relata lo avanzada que era Mama Antula para su época. A la Santa Casa, dice, iban a vivir mujeres que habían estado en la cárcel, o iba al puerto para intentar recuperar a las prostitutas. Era, según la postuladora, “la única visitaba a los presos en los sótanos del Cabildo. Pero no sólo eso, dentro de lo que era la educación femenina en el siglo XVIII, llevaba a las niñas de las familias de la sociedad porteña y les enseñaba catecismo, a coser, bordar, a tocar el piano y cantar”.
Con semejante inserción dentro de la población, a su puerta golpeaban muchos vecinos: “Tenía el don del consejo y muchos iban a verla para que los orientara, hasta el Virrey del Perú de paso por Buenos Aires la visitó. Y era devota, por supuesto, de San Ignacio de Loyola, pero también de San Cayetano. Ella trajo la devoción de este santo a la Argentina, y las hermanas Hijas del Divino Salvador fueron las que iniciaron la congregación en Liniers”.
Los milagros
Los sucesos que se narran en esas historias sobre Mama Antula podrían ser consideradas, en el mejor de los casos, gracias. Pero nunca milagros. Estos, los que la Iglesia Católica comprobó, fueron los que lograron que el próximo domingo 11 de febrero sea consagrada como la primera Santa argentina, y la cuarta persona nacida en nuestro país en ser canonizada.
El primero de ellos se produjo en 1904, cuando una de las hermanas Hijas del Divino Salvador, Rosa Vanina, fue curada de una enfermedad mortal sin que la ciencia pudiera explicarlo. A la dra. Correale, comprobar que se trataba de un milagro le llevó gran parte de su trabajo.
“Cuando se hizo la instrucción del proceso informativo en 1904, se recogieron declaraciones de gente de la época que habían obtenido gracias por intercesión de María Antonia. Eran varias, algunas más notables que otras, pero sin tener documentación era más difícil presentarlas para un proceso de milagro. Pero en el caso de Rosa Vanina, obtuvimos las certificaciones de los dos médicos que la habían curado”, explica la postuladora.
Cuando se puso a trabajar, la dra. Correale halló la declaración que la propia hermana Rosa Vanina suscribió el 24 de septiembre de 1906, confirmada por la Superiora de la Santa Casa y la Madre General, y dos religiosas más. “Ellas aseguraban que la hermana había estado muy grave, que se había rezado una Novena pidiendo la intercesión de María Antonia y que, inexplicablemente, se había curado. Lo más interesante fueron las declaraciones de los médicos. Ellos dijeron que la paciente tenía una colecistitis aguda con shock séptico. Hicimos estudiar los documentos por médicos del Dicasterio. Me explicaron que incluso hoy, una persona con esa enfermedad en un hospital de Roma no sabían si era posible salvarla por la gravedad del cuadro”. Pero esa aclaración no bastaba para confirmar el milagro.
La tarea recién comenzaba: “Completamos la introducción diocesana con relatos de novicias que habían conocido a Rosa Vanina y la habían visto llevar una vida normal desde el punto de vista del aparato digestivo: decían que comía lo mismo que ellas, que nunca se quejó de ningún malestar que hubiera quedado. Y que falleció siendo anciana. También en el Libro de Crónicas del Instituto también estaban todos sus datos y las funciones que cumplió después de ser curada. Pero en la consulta médica en el Dicasterio, en Roma, los médicos dijeron que, siendo un caso histórico, sólo se basaba en los escritos de dos doctores de los que no conocían el currículum”.
El siguiente paso, entonces, fue conseguir la trayectoria de los médicos que certificaron la curación milagrosa de la religiosa. “Fue una tarea apasionante. No recuerdo quién fue, pero consiguió los datos del censo de finales del 1800, donde aparecía, censado en un hospital, el dr. Cayetano Sobrecasas. Un médico perito del Policlínico Gemelli de Roma, encontró publicaciones suyas en Google. Me dijo ‘debe haber sido una eminencia para que después de 100 años esté en los libros’”. Luego de investigarlo, supieron además que Sobrecasas fue el padre de la oncología argentina, que se perfeccionó en Francia, Inglaterra y Alemania e hizo un enorme trabajo sobre profilaxis infantil en la provincia de Tucumán, de donde era oriundo, con consejos que hoy resultan simples pero que a principios del siglo XX eran novedosos, como por ejemplo hervir la leche que se sirve a los niños.
El otro médico era Juan Manuel Saubidet, nacido en Mercedes, con muchos de sus descendientes dedicados a la medicina. “Era miembro de una familia muy tradicional. Y tuvimos la suerte que había un libro dedicado a esa familia. Así que supimos quién era, dónde nació, quiénes eran sus padres, sus hijos, cuando hizo testamento… todo. Y encima era descendiente del primer inmigrante que se presentó ante el Triunvirato pidiendo la carta de ciudadanía argentina. Y para dársela, tuvieron que crear un sello que después fue el Escudo Nacional”, resume.
Cuando en 1916 salió el decreto vaticano de introducción de la Causa de Mama Antula al Dicasterio, y sus restos fueron trasladados a la Iglesia de la Piedad (donde se encuentran actualmente), el obispo de Buenos Aires, Mariano Antonio Espinoza, nombró a Sobrecasas y Saubidet para que reconocieran los restos de Mama Antula antes de la inhumación en el nuevo destino.
Finalmente, el 2 de julio de 2010 el Dicasterio de las Causas de los Santos, a través de la autorización del papa Benedicto XVI, reconoció “las virtudes cristianas en grado heroico” de María Antonia de Paz y Figueroa, paso imprescindible para la beatificación. Y el 4 de marzo de 2016, el Papa Francisco hizo lo propio para reconocer el milagro de la sanación de Vanina Rosa por intercesión de Mama Antula y declararla Beata.
Un segundo milagro la hizo, por fin, Santa. Y se trató de la curación de Claudio Perusini, un santafesino que había sido alumno de Bergoglio y en 2017 sufrió un accidente cerebrovascular que lo dejó en estado vegetativo. Los estudios señalaron que le produjo un ictus isquémico con infarto hemorrágico, coma profundo y shock séptico con fallo multiorgánico. Una tomografía indicó, además, un infarto extenso del tronco encefálico.
Para los médicos, no había cura posible: o quedaba así por meses, e incluso años, o moría en el corto plazo. Hasta que un amigo suyo, jesuita, llevó una estampita de Mama Antula al hospital Cullen, donde se encontraba, y le rezó pidiendo un milagro. Y se produjo: el cuadro de Perusini se revirtió totalmente.
Allí entró en acción la dra. Correale: “En este caso, pedimos toda la documentación médica, la historia clínica completa. Después, un perito de parte nos solicitó una prueba de control para ver que la curación era total, sin que se pudieran alterar la funcionalidad del cerebro. Y bueno, lo fuimos siguiendo, estudiando y profundizando. Cuando tuvimos la certeza, presentamos el escrito de pedido de apertura junto a un elenco de testigos, médicos y familiares”. Luego, el arzobispado de Santa Fe elevó el caso para la consideración del Dicasterio.
Fue el Papa Francisco, el mismo que le había dicho en 1998 a la dra. Correale “hoy iniciamos un camino”, el que le puso el cartel de llegada a la santidad a Mama Antula. El 24 de octubre de 2024, el Dicasterio de las Causas de los Santos, con la autorización del Sumo Pontífice, decretó: “Durante la audiencia concedida el martes por la tarde a su eminencia reverendísima el Sr. Cardenal Marcello Semeraro, prefecto del dicasterio de las causas de los santos, el Sumo Pontífice ha autorizado al mismo dicasterio a promulgar el decreto relativo al milagro atribuido a la intercesión de la beata María Antonia de San José (Antonia de Paz y Figueroa), conocida como Mama Antula, fundadora de la Casa de Ejercicios Espirituales de Buenos Aires; nacida en 1730 en Silipica, en Santiago del Estero, fallecida el 7 de marzo de 1799 en Buenos Aires”.
El 8 de febrero, tres días antes que el mundo celebre a Mama Antula, la dra. Silvia Correale tendrá una participación especial en la conferencia en castellano que se ofrecerá a las 17 horas de Italia (13 de la Argentina) en el aula C012 del Centro di Spiritualidá Ignaziana. Será la encargada de las conclusiones de un panel que también integrarán la doctora e historiadora Alicia Fraschina (que colaboró en la investigación) y el monseñor Dr. Ernesto Giobando.
-Por último, ¿qué mensaje le podría dar Mama Antula, una mujer que vivió en el siglo XVIII, a la sociedad actual?
-Hay algo que no dijimos, pero que la define: el propio Obispo de Buenos Aires mandaba a los seminaristas a la Santa Casa antes de su ordenación. María Antonia los acompañaba. Y si ella le decía al obispo ‘a este seminarista no lo veo’, el obispo no lo ordenaba. Hablar de ese respeto a una mujer, en esa época… No sé si hoy mismo harían eso los obispos. Ella tenía una gran autoridad moral por su santidad, y eso atraviesa el tiempo y el lugar. Es como el amor. Mama Antula nos dice muchas cosas. Primero, la libertad con la que vivió. En teoría, no podía organizar los ejercicios de San Ignacio, pero ella sintió que el Señor la llamaba a esa misión. Y eso arrastró a todos. Mientras en el reino de España el nombre de San Ignacio estaba proscripto, en los años que Mama Antula vivió en Buenos Aires se celebró su fiesta con una misa solemne en la Catedral. Se lanzó a pie por caminos polvorientos con un carrito, un ciervo y dos compañeras beatas. En 1930, las empresarias argentinas la nombraron su patrona, porque consideraban que organizar la Casa de Ejercicios era, en su tiempo, como organizar una empresa. Fue una mujer de gran coraje, que hoy se lo enseña a todas las mujeres argentinas.