La distancia temporal suele ser un recurso eficaz para dimensionar la magnitud de los sucesos y a un año de la espectacular final Argentina-Francia en el Mundial de Qatar se presenta como un vigoroso disparador que plantea el debate sobre la mejor definición en la historia de la Copa Mundial de la FIFA.
Su desarrollo, cinematográfico y literario, plagado de matices, desbordante de emociones, la instala sin discusión entre los partidos más fantásticos de la competencia iniciada en Uruguay en 1930.
En sus más de 90 años de vida, el Mundial tuvo 22 definiciones de niveles variados, pero pocas, muy pocas, completan los requisitos para transformarse en un espectáculo completo, con un fútbol de alto vuelo y situaciones llamadas a quedar en la memoria a través de todos los tiempos.
MESSI, DIRECTOR DE UNA ORQUESTA BRILLANTE
La final del 18 de diciembre último en el estadio de Lusail tuvo todos los ingredientes: la presencia del mejor jugador del mundo (Lionel Messi) en su ¿despedida mundialista?; la amenaza del heredero del trono (Kylian Mbappé), goleador de la competencia y ganador de la Copa del Mundo cuatro años antes en Rusia; el enfrentamiento entre las dos selecciones que mejor habían jugado en el Mundial; la superioridad aplastante de un equipo hasta el minuto 80, una reacción impensada del campeón herido; la atajada épica de “Dibu” Martínez para evitar la catástrofe y finalmente un desenlace feliz para Argentina en el infierno de los penales.
Goce, sorpresa, angustia, drama, confusión, consternación, nervios, desahogo y delirio, todo condensado en casi tres horas de acción, con una multitud desencajada en el estadio y todo un país en vilo a través de las pantallas de los televisores. Fue una prueba para el sistema nervioso de los argentinos de la que no hubo indicios hasta el tramo final del tiempo reglamentario cuando el curso del partido tomó un rumbo adverso, como determinado por una fuerza exógena contraria.
Argentina jugó unos primeros 80 minutos de ensueño, en los que Messi fue el director de una orquesta brillantemente ajustada para la ejecución de la última pieza. La diferencia entre un equipo y otro en el primer tiempo se plasmó con una diferencia de nivel asombroso para la instancia en disputa.
La “Scaloneta” dominaba a placer con una defensa bien plantada, un mediocampo aceitado y un ataque certero y voraz. Ángel Di María, tantas veces apuntado por su desgracia en partidos definitorios, repitió el nivel determinante de la final de la Copa América 2021 en el Maracaná y la Finalissima 2022 en Wembley.
Tan grande era la diferencia de funcionamiento que la sensación de un tiempo de sobra comenzó a percibirse en el segundo período cuando Argentina comenzaba a regular su esfuerzo ante un rival controlado, incapaz de llegar con peligro al arco de “Dibu” Martínez.
Pero a los 80 minutos se produjo un punto de inflexión: el comienzo de otra final, insólita, disparatada, sin ninguna conexión con lo visto antes. Todo se disparó por un pequeño descuido de Nicolás Otamendi, que perdió su posición ante el acoso de Kolo Muani y cometió un penal que Mbappé transformó en la resurrección de Francia.
Un minuto después, cuando Argentina todavía asimilaba emocionalmente el descuento, Mbappé apareció en toda su dimensión y empató el partido con una volea para el estupor de todo el estadio. La final que parecía definida, que los hinchas “albiceleste” saboreaban con placer, quedó 2 a 2 en un abrir y cerrar de ojos.
LOS FANTASMAS
Los fantasmas de Brasil 2014, de las finales perdidas ante Chile en la Copa América, de ver a Messi otra vez frustrado con lágrimas en los ojos fueron una película que se proyectó en la mente de todos los argentinos.
Messi, líder como en todo el Mundial, recuperó la ventaja con su segundo gol personal, un 3-2 que entonces sí parecía definitivo pero que se desvaneció diez minutos más tarde por otro infortunio: una mano sin intención de Gonzalo Montiel en el área.
Mbappé, infalible en el tramo final de la noche qatarí, volvió a empatar en el minuto 118 antes de otra jugada dramática, que pudo cambiar el curso de la historia. Una devolución desde la última línea de Francia se transformó en una asistencia perfecta para Kolo Muani, que picó al espalda de los defensores argentinos y quedó enfrentado con el arquero, con la pelota bajando hacia su pie derecho.
Acaso iluminado por Maradona, “Dibu” Martínez mantuvo sus ojos abiertos, atacó al delantero, estiró todo su cuerpo para cubrir el arco y bloqueó la volea con su pierna izquierda. El reloj marcaba 122 minutos, 44 segundos de juego.
Esa intervención, elevada al nivel de la célebre “Mano de Dios” en México ‘86, antecedió a una respuesta argentina que pudo significar el 4-3, de no ser por un cabezazo imperfecto de Lautaro Martínez. Dramatismo extremo en apenas segundos. Los penales fueron la última instancia de un partido que ya se había convertido en un suplicio, una tortura para los corazones que palpitaban por la tercera estrella. Los jugadores argentinos no fallaron y “Dibu” Martínez fue leyenda para finalmente, sí, de una vez y para siempre, gritar “¡Argentina campeón mundial!”.